sábado, 22 de junio de 2013

LOS FINALES

«Ni se te ocurra contarme el final» advertimos cuando vemos a alguien lanzado en relatarnos una historia que nos interesa y que queremos descubrir por nosotros mismos, o también, «… y al final, ¿cómo acaba?» cuando la historia no nos interesa demasiado y queremos abreviar y conocer su conclusión. Los finales dan sentido a la historia. Al contrario que las primeras líneas del relato, que  tienen que remover  y atrapar al lector, el final tiene que expulsarlo del relato, devolverlo a su mundo anterior con la certeza de haber asistido a una experiencia única. Si hemos llegado hasta allí es porque el autor ha conseguido mantenernos, interesarnos con su historia y ahora tiene que dar el resto, su triple salto mortal con redoble de tambores, sin que se note, sin alzar la voz, sin que el lector descubra el artificio. Si el principio atrapa, el final excita y seduce.
Los que intentamos, más o menos, escribir historias, relatos, o como queramos llamar a eso que escribimos, muchas veces nos preguntamos si es necesario tener un final previsto antes de comenzar a escribir una historia. La idea del relato surge de pronto, a veces, en situaciones que ni siquiera reparamos en que están ahí y tenemos la urgencia de anotarlas, ir dándole forma y desarrollo, por lo que, tal vez, ponernos a pensar en un final limitaría la fluidez de las ideas. Pero creo que en determinado momento hay que pararse, reflexionar dónde estamos y hacia dónde vamos y si es verdad que vamos a donde queremos ir. Porque dependiendo de ese final al que aspiremos, la historia será de una manera o de otra. Creo que sí, que hay que tener al menos una idea, una intuición de cual será ese final, eso nos marcará el camino por donde debemos transitar y qué elementos vamos a necesitar para alcanzar esa meta.

Fotografía de Robert Frank


En el “Manual de técnicas narrativas” de Enrique Páez (Ed. SM 2007) se relacionan hasta siete tipos distintos de finales: cerrados, sin resolver, con duda, con promesa, en circulo…, cualquiera de ellos es bueno dependiendo de la historia que queramos contar. Lo que sí creo que es importante es  huir siempre de los finales sorpresivos, esos que acaban con “todo era un sueño”, o con la aparición de un personaje o un detalle imprevisto, una muerte, una circunstancia del azar, que pueden en un principio parecer lógicos o brillantes, pero que en realidad solo ocultan la pequeña escaramuza de un autor que no ha sabido o no ha podido organizar algo menos tramposo y convencional. Estoy de acuerdo con que el final tiene que ser sorpresivo, pero que esa sorpresa no se base en la ocultación de detalles con la intención de sorprender al lector. La sorpresa tiene que venir de la revelación última, la palabra o párrafo que hace que todo el relato se ilumine de golpe y te invite a comenzar otra vez su lectura, a comprobar cuales fueron los detalles, las pequeñas migas de pan que el autor fue dejando a lo largo del camino de la narración.


Fotografía de Robert Frank

En el relato de James Lasdrum “Esto empieza a doler” la esposa del protagonista le dice en la última línea «Tú eres tonto. Tonto de capirote». Este es un final abierto, que no resuelve la historia, pero también un final lógico, sin artificio aparente, que concluye de manera abrupta el relato: no hay más que decir. Pero también ese final describe el estado de la relación del protagonista con su esposa, anticipa su futuro y da sentido a  todo lo sucedido en la tarde que describe el relato. Con esas palabras sientes lástima por ese  señor Bryar que no ha dejado de llorar en el entierro de su antigua amante, que miente sobre su almuerzo «un sitio… un sitio chino» y te acuerdas del salmón al que sacaron las entrañas con un cuchillo de hoja corta y permanece olvidado en el sótano de la oficina.

Miguel Núñez
Punto y Seguido


1 comentario:

  1. Cada día me gusta más tu forma de escribir, ¡felicidades!!!!
    Y un beso

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