lunes, 30 de septiembre de 2013

LA INFANCIA DE JESÚS. UN COETZEE DESACOSTUMBRADO.

He leído casi de una sentada la nueva novela de J.M.Coetzee, La infancia de Jesús. La lectura fue un poco desconcertante, no sólo porque me pasé un buen rato esperando que apareciese Jesús (hasta que me convencí de que no era Jesús uno de los personajes, al menos en sentido estricto), sino también porque no terminaba de encontrar al Coetzee que ya conocía. Sin embargo, desperdigados por la novela están todos los temas de Coetzee.


 Un hombre y un niño llegan a una ciudad en la que todos los habitantes están limpios de recuerdos anteriores y, como el resto, se disponen a empezar una nueva vida con nombres y edades que les han adjudicado desde las instituciones que manejan la organización del lugar. Simón, el hombre, aunque no sabe quién era antes, parece no haberse desembarazado por completo de sus sentimientos y convicciones anteriores y, por ello, pone en cuestión todo lo que va conociendo de este nuevo mundo. David, el niño, en el viaje hacia esta nueva vida perdió a su madre y una carta que habría permitido que le ayudaran a reunirse con ella. Simón decide protegerle mientras consiguen encontrarla, de alguna manera.


A lo largo de las 270 páginas de la narración, que se desarrolla en capítulos breves y con una trama sencilla y cronológica, se van desgranando todos los aspectos que constituyen la vida de cualquier ser humano en una sociedad: la comida, la vivienda, las relaciones personales- la pareja, la familia, el sexo, la amistad-, el rol de hombres y mujeres, el trabajo, la escuela, los números, el deporte, el idioma, la ley, el bien y el mal, la violencia, los animales, la vejez, la muerte…en una especie de fábula sin moraleja. Son los temas que preocupan al escritor y que ha explorado en el resto de su narrativa Coetzee los pone delante del lector como interrogantes y nos coloca también la incomodidad de averiguar qué hacemos con ellos. Nos facilita la clave, apenas cifrada, de los nombres de personas, animales y lugares para que reconozcamos los referentes de nuestro mundo occidental que tanto debe a Jesús como figura histórica. Los nombres, por tanto, son importantes en esta fábula: Simón con sus dudas, David, el niño, el pequeño que se enfrenta al gigante usando su inteligencia, Estrellita del Norte, la ciudad prometida a la que se dirigen los personajes en un viaje de huída al final de la novela…

Releyendo Aquí y ahora, el epistolario de Coetzee y Auster entre los años 2008 y 2011, encuentro algunos párrafos de Coetzee que me ayudan a entender La infancia de Jesús. Reflexiones sobre el papel de los tabúes alimentarios como formas de cohesión social, o sobre la importancia del deporte que “nos enseña más sobre la derrota que sobre la victoria, simplemente porque somos mayoría los que no ganamos”, sobre los números como convención que no sabemos romper: “si se reiniciaran los números, la crisis se terminaría”, sobre la idea progresista de la Historia enseñándonos lecciones que nos harán mejores personas. Le confiesa a Auster en una de las cartas: “Yo no sería el que soy sin Freud o Kafka, por no hablar de ese profeta judío aberrante que fue Jesús de Nazareth”. Y respecto a la forma de la novela, en otra de las cartas comenta que “no es infrecuente que los escritores, a medida que envejecen, se cansen de la llamada poesía del lenguaje y busquen un estilo más desnudo”, para pasar a contar que Tolstoi ”en sus últimos años expresó su desaprobación moral de los poderes de seducción del arte y se limitó a contar historias que no estuvieran fuera de lugar en el aula de una escuela primaria”.

Leo en un artículo de Muñoz Molina sus impresiones sobre la lectura de La infancia de Jesús, sobre la tibia actitud de la crítica respecto a la novela que define como “perplejidad educada, quizás porque nadie se atreve a poner abiertamente en duda el mérito de un nuevo libro de J.M. Coetzee”. A Muñoz Molina la novela le ha resultado tediosa y, finalmente la alinea con la ciencia-ficción barata y filosófica que leía en su adolescencia y le hacía sentirse muy profundo. Me parece que, con ello, se erige en el personaje que en el cuento de El traje nuevo del Emperador se atreve a señalar con el dedo la desnudez del monarca.

Yo no creo que en este caso el Rey vaya desnudo. Más bien me parece que lleva unos ropajes desacostumbrados. El escritor, con sus setentaytantos, con su Nobel, se ha atrevido a cambiar de pelaje.


Inmaculada Reina
Punto Y Seguido

sábado, 28 de septiembre de 2013

LA MIRADA DEL ESCRITOR

Para escribir se necesita mirar a fondo, construir una mirada que ordene la realidad. Hay que mirar de una manera especial para poder contar de una manera especial. Hay que seleccionar, combinar, estar atento al detalle y prestar atención a todo lo que nos rodea, porque cualquier detalle que pasa inadvertido a la vista de cualquiera, justo ese es el que hace saltar la chispa del escritor.

Unas veces es una mirada, otras un gesto, un olor, una manera de sonreír, o de vestir, tal vez una fila de gente en un lugar inusual, un objeto que no está donde debiera, o un recuerdo que destaca entre los demás en un momento determinado.

La mirada tiene relación con el foco, con el enfoque y con el objeto de la realidad que se enfoca. Una mirada asustada puede ver sombras en un día luminoso. Una mirada romántica no verá lo mismo que una mirada piadosa, ni una mirada optimista lo que una pesimista. Un niño no mira igual que un anciano un parque infantil, etc.

Actualmente se dice que la mirada del escritor se ha hecho más introspectiva, más superficial y más inmediata, y que narra aspectos de la vida cotidiana en los que antes no reparaba. Lo cierto es que en cualquier época, cada mirada es la que el escritor de turno practica.



Me parece interesante finalizar esta entrada con un par de miradas inquietas:

Umberto Eco:

Mis tres primeras novelas nacieron todas de una idea seminal que era poco más que una imagen: ésta fue la que se apoderó de mí y me hizo desear seguir adelante. 

El nombre de la rosa nació cuando hirió mi imaginación la imagen del asesinato de un monje en una biblioteca. Esa imagen me pidió, en determinado momento que le construyera algo a su alrededor. 

Con El péndulo de Foucalt fueron dos imágenes, la del Péndulo, que había visto por primera vez hacía más de treinta años en París, y me había impresionado, y la segunda fue una mía mientras tocaba la trompeta en un funeral de partisanos. Sentía que esas dos cosas podía contarlas. ¿Cómo se llegó del péndulo a la trompeta? La respuesta a esta pregunta me llevó ocho años, y es la novela. 

Péndulo de Foucalt (Panteón de París)

Con La isla del día de antes partí de dos imágenes muy fuertes, evocadas en respuesta casi inmediata a la pregunta: si tuviera que escribir una tercera novela, ¿qué podía contar? Después de tanta cultura en las novelas anteriores, pues naturaleza y nada más. ¿Y dónde estaría obligado a ver sólo naturaleza? Poniendo a un náufrago en una isla desierta.

Raymond Carver:

Son muchos los escritores que poseen abundante talento; no conozco a escritor alguno que no lo tenga. Pero la única manera posible de contemplar las cosas, la única contemplación exacta, la única forma de expresar aquello que se ha visto, requiere algo más. El mundo según Garp es, por supuesto, el resultado de una visión maravillosa en consonancia con John Irving. También hay un mundo en consonancia con Flannery O'Connor y otro con William Faulkner, y otro con Ernest Hemingway... Cualquier gran escritor, o simplemente un buen escritor, elabora un mundo en consonancia con su propia especificidad.

Raymond Carver

Tal cosa es consustancial al estilo propio, aunque no se trate únicamente, del estilo. Se trata, en suma, de la firma inimitable que pone en todas sus cosas el escritor. Éste es su mundo y no otro. Esto es lo que diferencia a un escritor de otro. No se trata de talento. Hay mucho talento a nuestro alrededor. Pero, un escritor que posea esa forma especial de contemplar las cosas y que sepa dar una expresión artística a sus contemplaciones tarda en encontrarse.



Punto y  Seguido



jueves, 26 de septiembre de 2013

VENECIA II

VENECIA EN SILENCIO
Llegamos a Venecia de madrugada. En vaporetto, en silencio. Un silencio solo deshecho por el sonido hipnótico del motor del barco que trasladaba un breve número de turistas silenciosos, enmudecidos por la inquietante belleza nocturna de los palacios que orillan el Gran Canal.

Paseamos Venecia sin visitar los lugares concurridos, dejándonos envolver en el silencio de los canales y los puentes. Un silencio roto a horas inciertas por la sirena que anuncia la llegada del Acqua Alta.


Descubrimos la imagen más bella de San Marcos al atardecer. El tibio rosa de la luz de las farolas desperezándose y el aleteo de las bandadas de palomas rasgando el visillo de bruma y silencio que oculta la plaza.

Cuando los turistas se retiran y las palomas duermen, el silencio de Venecia es más hondo y más antiguo. Un silencio medieval. Las pisadas de alguien que atraviesa la calle a la carrera bajo nuestra ventana, hacen más profundo el silencio que dejan.
Cuando salimos de Venecia como si abandonáramos el silencio y el tiempo, apenas comenzamos a escuchar el ruido del tráfico y la algarabía de la humanidad, se nos ocurrió pensar que Venecia tal vez no existe.


Texto Y Fotografías Inmaculada Reina


VENECIAS
Nunca he estado en Venecia. Para mí, esta ciudad pertenece al mundo de los sueños, de los mitos, de los fantasmas, al mundo del cine en definitiva.
Creo que mi primera Venecia fue la de Mujeres en Venecia (Joseph L. Mankiewicz, 1967)  en el cine Royal de Armengual de la Mota. Aunque en esta película Venecia sale poco, al principio con la llegada de una góndola al palacio de Rex Harrison. Venecia es fondo y metáfora de la propia historia: un estado de ánimo.
Después vino Anónimo Veneciano (Enrico María Salerno, 1970) en el Cairy de Martínez Maldonado, con un calor insoportable y mi hermano y yo esperando a que anocheciera para seguir la peli en la terraza de verano. Florinda Bolkan y Toni Musante, no paraban de hablar mientras recorrían puentes, calles con aguas estancadas, sucios edificios donde no encontraban, si es que lo buscaban, un lugar donde detenerse y decirse todo lo que se querían, o al menos eso es lo que recuerdo.
De la institucional Muerte en Venecia (Luchino Visconti, 1971) creo que en Cine Club Universitario ¿o era en la Kaplan? se me quedó la primera escena, la entrada del vaporetto en el Lido, con la luz nebulosa de Pasqualino De Santis y el Adaggietto de la quinta sinfonía de Malher, muy tópica, lo sé. También la escena final de Dirk Bogarde persiguiendo a Tadzio con el sofoco de la muerte y esos chorros de tinte corriéndole por la cara.
En el Echegaray vi Il Casanova di Fellini (Federico Fellini, 1976) con una Venecia más fantasmagórica que nunca reconstruida en Cinecittá. Un mar de plástico movido por ventiladores, el carnaval desde el puente Rialto y la enorme cabeza surgiendo del fondo del Canal, rompen con la lógica de la ciudad, con todas las imágenes precedentes o futuras y crean un espacio único. Una nueva Venecia.
Mi última Venecia es la de Woody Allen de 1996, Todos dicen I love you, en los Multicines Rosaleda. Aquí no es protagonista, ni inventada, solo la pequeña excusa del maestro para marcarse un I´m thru with love de Fud Livingston desde una de las  ventanas del Gritti Palace y perseguir a Julia Roberts haciendo footting entre sus calles como si se tratara de Central Park.

En fin, como veréis tengo muchos recuerdos de Venecia. Quizás alguna vez conozca a la Venecia real, aunque dudo mucho que supere a estas otras venecias inventadas, soñadas o reconstruidas, a las que puedo ir siempre que me apetezca sin tener que salir de casa.
Un saludo y buen viaje.
Miguel Núñez Ballesteros

lunes, 23 de septiembre de 2013

LA PATINADORA




No pudo evitar mirar de reojo la puerta del apartamento, con la misma pintura verde mate de hacia veinte años, pero ahora le pareció ridículamente pequeña y endeble. Al llegar al final del pasillo le dio una calada al cigarro y se giró para volver a mirarla. Recordó a la niña con patines y coletas que cada tarde atravesaba el umbral tras volver del colegio. Exhaló el humo despacio, apagó el cigarro y volvió a recorrer el pasillo, sin prisa. Al pasar junto a la puerta verde la rozó con la punta de los dedos, como tantas veces había hecho de niño.


Relato Ganador 4 Semana del Certamen
Relatos en Cadena 2011-2012




jueves, 19 de septiembre de 2013

DIANA PÉREZ CUSTODIO - DIBÚJAME TU VIDA

Diana y Sonia en el Gran Hotel Ciudad de México

Conocí a Diana, compositora de música impura, gracias a Sonia Carillo y a que vivo en México DF, lugar que eligieron para mostrar su arte durante este mes de agosto. No sabía con qué arte me encontraría, y mi primer approach fue en la Fonoteca, donde Diana, acompañada por Sonia, dio una Charla-Concierto y estrenó «El ángulo de la manzana». Debo decir que su arte es ecléctico, si le cabe este adjetivo, y que de entrada asusta, pero que a medida que iba viendo-escuchando su música me fui dejando encantar por esa mezcla de sonidos y símbolos que tan bien maneja Diana.

Diana en la Fonoteca, antes de la Charla Concierto
La música nos acompaña en toda nuestra vida, la asociamos a cada uno de nuestros recuerdos, y no podríamos vivir sin ella. Suelen ser melodías puras, canciones cuya letra nos ha dejado «algo» y que canturreamos a veces con obsesión. La música de Diana va más allá, a lo más primario de nuestras células, al animal que somos, a la catarsis que necesitamos y a los símbolos que asociamos a la historia de la humanidad. Diana consigue una síntesis mediante sonidos que, a veces, pueden parecer que lastiman los sentidos. Y uno se deja lastimar porque los sonidos nos acompañan todo el tiempo, y son más «nosotros» que una música llena de armonía, porque un claxon o un grito son más cercanos que la sonoridad armónica de un violín o un arpa. Diana dice que la música pura es una abstracción y que separa al arte de la vida. Y yo, como estudiante de antropología, no puedo más que darle la razón, porque para un antropólogo la cultura está viva, y se construye cada día, con cada gesto, con cada silencio, con cada palabra. Utiliza nuevas tecnologías en un permanente mestizaje cultural, donde la voz humana tiene un lugar primordial. La impureza de su música está en las fuentes de inspiración y en los procedimientos, fusionándola con otras artes, mediante la manipulación electroacústica y de la realidad.


Sonia en la perfomance en la Fonoteca

Apenas unos días después me tocó formar parte de su música y de esa experiencia en «Dibújame tu vida», en el Centro de arte Alameda. Ya había visto dos veces la perfomance de Sonia, pero ahora yo, junto a otras cuatro personas que quisieron participar de la experiencia, dibujaríamos nuestra vida, en un espacio extraordinario: una ex iglesia, con su cúpula, sus frescos y su coro al fondo. Aclaro que yo no soy músico y que lo único que toqué en mi vida fue un xilofón que me trajeron los reyes cuando era muy chiquita. Si digo que la experiencia fue magnífica, tengo miedo de que ese adjetivo se convierta en un lugar común, pero fue así, magnífica. Pude reducir mi vida a diez minutos acompañada de campanas, corcho blanco y lo que conocemos como papel burbuja, el que nos gusta a todos explotar para calmar los nervios. Y también con mi voz. Me sentí cómoda, como si nadie me mirara o me escuchara, o como si los que estaban allí entendieran mis gestos, mis sonidos, mis palabras. Cada uno tuvo sus diez minutos e hizo uso de ellos para expresar su vida lo mejor que pudo o supo, y todas esas perfomances de esa gente a la que, casi seguro, no volveré a ver jamás, me dejaron el sabor de una vida, de cada vida, porque no sólo somos carne y mente, somos sonidos y voz, somos gestos y recuerdos. Quiero en este blog darle las gracias a Diana por dejarme compartir esta experiencia y los invito a todos a que conozcan lo que hace visitando su web: http://www.dianaperezcustodio.com/ y, si tienen la suerte de que en su ciudad algo lleve su autoría, no duden en ir a verlo-escucharlo. Déjense envolver por los sonidos que les contarán historias. No los defraudará.

Grupo de alumnos ideando su «Dibújame tu vida»

Centro de Arte Alameda



Andrea Vinci

Punto y Seguido






lunes, 16 de septiembre de 2013

ESCRIBIR

Siempre escribo. No dejo de escribir. Despierto a mis hijos cada mañana, les preparo el café y los bocadillos, voy al trabajo, discuto, dibujo alguna ficha, alguna propuesta… y no dejo de hacer frases. Miro las montañas desde la terraza y me describo su línea recortada en el cielo, la hierba seca, las manchas de los árboles, el contorno de las nubes y de los pájaros. Rehago la composición de la frase, busco una ubicación adecuada para cada palabra. A veces, también hablo como si escribiera, digo, por ejemplo, «A media tarde me senté junto a una ventana gris en una casa abandonada» y mi mujer me mira con cara de preocupación.

También escribo en sueños, poemas que nunca consigo descifrar o relatos magníficos que apenas recuerdo al despertarme. En mis sueños,  también trabajo la frase, largas o cortas, concisas o con un complicado retorcimiento. Quiero buscar el ritmo, sacar la musicalidad de las palabras, jugar con las insinuaciones y los dobles sentidos.

Escribo siempre, pero, en realidad, rara vez escribo. Me siento ante el ordenador cada noche, leo los correos, las facturas del teléfono, de la electricidad, las noticias nacionales e internacionales, los comentarios. Abro los blogs de los amigos, de los conocidos, de los conocidos de los amigos, de los conocidos de los conocidos… Sobre las 12,30 he acabado y abro el relato en el que llevo trabajando meses. Leo la primera frase del primer párrafo, siempre la encuentro pueril, sin garra, y quiero que suene bien, que sea perfecta. Busco sinónimos de alguna palabra que me chirría, aunque al final siempre decido dejarla como estaba o termino suprimiéndola. Cambio comas de lugar y en seguida me digo que es tarde, y me prometo que mañana empezaré un poco antes.

Me acuesto escribiendo. Cierro los ojos imaginando tramas para nuevos relatos. Principios. La primera frase. La primera palabra. No dejo de escribir.


foto de Irene Núñez

jueves, 12 de septiembre de 2013

¿Y TÚ?


Marta ha vuelto a llamar cuatro años después. Su voz sonó temblorosa como el sonido de la armónica al principio de High Summer.  No reconocí el número, pero al oírla recuperé de golpe aquellos días; y también los otros.

—¿Luis?

—¿Marta?, ¡cuánto tiempo! —me levanté de la silla dando la espalda al plano del edificio que Pilar y yo pensamos reformar

—¡Ay, qué alegría!, pensé que no cogerías el teléfono.

—¿Qué tal estas?

—Bien, muy bien, ¿y tú?


Marta me dejó cuando yo estaba a medio camino de su cuerpo. Fue a comprar palomitas y se perdió el final de la película. Siempre pensé que se había fugado con el vendedor del kiosko. La rabia me hizo hacer añicos contra el suelo todo lo que pillaba. Fue una época de mucho escobón, mucha cama desecha, mucho almohadón apulgarado. Porque en el fondo, yo estaba seguro de que en un huequito de su corazón, me seguía queriendo. Para mis amigos eso era una estupidez, pero ellos no habían compartido tantas noches de caricias con Marta, ni besos bajo la sábana, ni tantos piropos… Luego siguieron los días junto al teléfono, y los otros días: los de las copas, las madrugadas, las chicas de repuesto con sus mismos ojos, o con su mismo corte de pelo a capita, o con aquella frente ancha de flequillo recortado que me tendía puentes en las fotos. Me equivoqué con ellas y ellas conmigo, pues el encanto desaparecía y las calabazas dejaban de ser carrozas, y yo dejaba de ser un príncipe para retornar a mi condición de rata de cloaca, vomitando en un garaje siniestro con las manos apoyadas en una columna mientras la voz azulada de Van Morrison interpretaba Reminds me of you. ¡Buen momento para aficionarse al blues! O aquel vendedor de palomitas tenía algo más que maíz en los bolsillos, o el tesoro que me había robado tan sólo era bisutería china. Me decidí por la primera alternativa; me dejaba en mejor lugar.

El tiempo siguió su ritmo indiferente. Volví a dejarme ver de día. Apareció Pilar y con ella la ilusión. Era joven y hermosa como una mañana despejada de domingo, y me quedé tan prendado de ella que olvidé el blues en la guantera. 

Desde entonces Pilar ha maquillado todas las cicatrices. He procurado amarla tanto como ella a mí. El primer año resultó fácil, pues al principio todo forma parte de una conquista. Pero poco a poco he ido descubriendo las lagunas donde me siento solo, donde se me agotan las palabras, y los oídos. Me escondo en la rutina cuando estoy con ella, y procuro llegar más tarde del trabajo.

El fin de semana pasado hicimos dos años. Ella me había comprado un pijama estampado con dibujos de fórmula uno. ¡A mí, que ni siquiera me gusta limpiar el coche! Cuando me lo probé, su sonrisa parecía la de Fernando Alonso al descorchar el champán. Supongo que yo era la botella. Me alegré con premeditación y alevosía e hicimos el amor, pues estaba deseando quitarme aquel pijama que me irritaba la piel. Tendidos sobre la cama, repasé las argollas que sujetan la cortina. Pilar se agarraba a mi pecho. Le acaricié el pelo y cuando se durmió me levanté para ir al baño. Mi reflejo me miraba con asco, y tenía razón. Tenía motivos para sentirme afortunado, sin embargo el estómago no digería lo mismo. Me fui a la cama con el pijama de coches de carreras; no picaba tanto y los colores resultaban alegres.

Pero hoy ha llamado Marta.

Me ha contado que su actual novio le ha pedido casarse con él. Lloraba. No sabe qué hacer, está muy confundida pues cree que aún está enamorada de mí. (Si en el fondo yo tenía razón). Sabe que comparto casa con otra chica. Su proposición es clara: está dispuesta a dejarlo por mí.

¿Y tú?— me lo preguntó como quien completa una comanda.


He llegado a casa más temprano de la cuenta. El edificio no cuenta con los permisos necesarios y tenemos que esperar un certificado del ayuntamiento para reformarlo. Al entrar encuentro la casa helada. Cuando Pilar no está, no enciendo las estufas porque siempre olvido apagarlas. Me he sentado en el sofá frente al televisor. El presentador del telediario es un tipo seguro. Tiene el nudo de la corbata equilátero y ninguna arruga en el traje. Su peinado es de escayola y las palabras le salen como si estuviesen grabadas. Quisiera tener su apariencia y aplomo para contarle a Pilar mis dudas, para decirle que no sé si la amo, que no merezco su cariño, que sigo enamorado de otra, y que los piropos que un día escribí para Marta aún siguen en el estómago. Quisiera tener esa elocuencia, pero sigo siendo tan cobarde como entonces.

Siento girar la llave en la cerradura y me levanto como un resorte; de fondo la sintonía final del telediario.



«Memorias de la pasada tormenta»
Fotografía de Chema Madoz

sábado, 7 de septiembre de 2013

VENECIA I


LA CIUDAD DISFRAZADA

Es Sábado de Carnaval en la Plaza de San Marcos. Aún quedan restos de la noche anterior, confetis y alguna botella vacía junto a los soportales del Museo Arqueológico. A pesar de todo, los encargados de la limpieza han hecho un buen trabajo y la ciudad se despereza tan remozada como una meretriz de lujo. Los turistas comenzamos a desfilar sobre los puentes con la ansiedad de quien teme perderse un espectáculo, convencidos de haber pagado por ello. El agua chapotea contra los malecones y un tufillo a óxido se desprende de los hierros repintados. El fondo del canal es oscuro, no hay manera de descubrir qué parte de Venecia está sumergida.

A mediodía, desde el puente Rialto, Venecia es un decorado excelso con el sol interpretando el papel principal. Sobre los empedrados, los turistas avanzamos juntos formando canales que discurren lentos hacia la desembocadura. No es difícil tropezarse con alguno disfrazado con máscara y capa de raso de baratillo. Bajo el atuendo lo imagino gozando de un pasado muerto como el cólera de Thomas Mann.

Los disfraces auténticos se encuentran bajo la torre de la Basílica de San Marcos y en los aledaños del Palacio Ducal. Desperdigados aquí y allá descubro estatuas humanas coloristas que se contonean mientras decenas de flashes se disputan el mejor encuadre. Pueden pasarse horas allí, nadie sabe quiénes son, ni si les pagan su paciencia. Me parecen tristes, abandonados a perpetuarse en sus rostros impersonales de pureza plástica. Me asomo al orificio de los ojos para atrapar el gesto, pero me lo impide la malla tupida que le cubre hasta el mínimo hueco de su piel.

Venecia es una ciudad disfrazada por su pasado, condenada a desaparecer por siempre y reflotada por siempre del olvido. Tiene la belleza imperturbable de los embalsamados. Pasear por sus calles es como moverse por un cuadro renacentista, sin la posibilidad de un cambio que desfigure su decadencia.

Pedro Rojano
Fotografía de Pedro Rojano




MIS TRES VENECIAS

La primera fue la de mis padres, romántica y olorosa, con gondoleros a la luz de la luna llena que cantaron un «Oh sole mío» afinadísimo, que eclipsó cualquier desencanto mal oliente.

Mi segunda Venecia, a mis diez y siete años, típicamente encharcada, feliz, desenfadada, con tablones y paraguas, sin malos olores, curiosamente, contenía el encanto de viajeros misteriosos, de prostitutas alegres, de la ciudad que fue la más grande de Europa: Palacio flotante, viviente, palpitando en cada una de sus células.

Mi tercera Venecia fue a contracorriente, con un helado en la mano, con la mirada puesta en la señora que hacia las compras, en el niño que regresaba de la escuela, en los colores de Burano y en las redes de sus pescadores, que me arrastraron a La Boca. Una Venecia más humana, menos pintoresca, con menos glamour, menos turística. Una Venecia que se hunde.

Andrea Vinci
Foto de Andrea Vinci


miércoles, 4 de septiembre de 2013

DIARIO


  
La señora Pepita tenía un diario que le regaló su hijo. Un grueso tomo de pastas duras y páginas amarillas donde anotaba los recuerdos «de una vida de desgracias» (como ella definía a su vida) y que dejaba cada tarde en una esquina de la mesa de comedor. Cuando su hijo pasaba a visitarla y mientras ella hacía recuento de sus males, los mareos de la mañana, el dolor de piernas y de cintura y esa tos persistente que nunca la dejaba dormir, él abría el diario y se entretenía con las historias que su madre había anotado: su trabajo de niña en la panadería del abuelo; el caballo que le requisaron los nacionales cuando la guerra o las noches de luna en el balcón espiando a su padre detrás de las macetas.

Una tarde discutieron madre e hijo. La señora Pepita había vendido a un anticuario un viejo jarrón azul que el hijo siempre había imaginado en el salón de su propia casa. En la visita del día siguiente el diario continuaba en la misma esquina de la mesa pero cuando el hijo fue a abrirlo comprobó que estaban arrancadas todas las páginas. Miró incrédulo a su madre y ella suspiró: «Espero que no te importe» bajando la vista, con una estudiada mueca de abatimiento.



Fotografía bajada de internet

lunes, 2 de septiembre de 2013

Concursos Septiembre


Septiembre es un mes repleto de certámenes literarios interesantes, por lo que queremos comenzar nuestra andadura postvacacional, animando a todo aquel que quiera participar. Nosotros os vamos a ofrecer tres propuestas, cuyas categorías han sido elegidas en base a las sugerencias que nos habéis remitido: 

- V Premio Opticks Plumier de Relato Ilustrado. (Relato más ilustración).
-   XIV Premio de Poesía "Ciudad de Ronda". (Poesía)
-  I Premio de Novela Corta de Terror e Historias Fantásticas "Casa de Cultura Marta Portal". (Novela)



BASES:

- V Premio Opticks Plumier de Relato Ilustrado:

 


- Cláusulas:

    * Tema libre. Escrito en lengua castellana.
   * Relato acompañado de ilustración. (Ver bases más abajo).
    * Extensión mínima 500 palabras y máximo de 1000.
    * Tipo de letra Times New Roman 12. Doble Espacio. 
    * Fecha límite: 30 de septiembre de 2013.
    * Envío a través correo electrónico.(concurso@opticksmagazine.com).

- Premio: 

    * Publicación del relato y la ilustración, y premio en metálico de 350€ para el autor del relato y 350€ para el ilustrador. (700€ en caso de coincidir autor e ilustrador). 

- Fallo

    * Publicación en el Número 14 de la revista digital Opticks Magazine. (www.opticksmagazine.com)

- Enlace a las bases del certamen: 



- XIV Premio de Poesía "Ciudad de Ronda":











- Cláusulas:

    * Tema libre. Escritos en lengua castellana.
    * Extensión no inferior a 300 versos ni superior a 500.
    * Din-A4. Una sola cara. Doble Espacio.  
    * Fecha límite: 30 de septiembre de 2013.
   * Envío a través de correo certificado. 

- Premio: 

    * Único e indivisible 2.500€, sujeto a retención. 

Fallo

    * 4 de diciembre de 2013. 

- Enlace a las bases del certamen: 


- I Premio de Novela Corta de Terror e Historias Fantásticas "Casa de Cultura Marta Portal":







- Cláusulas:

    * Género Terror o Fantástico. Escrito en lengua castellana.
    * Extensión entre 50 y 120 páginas.
    * Din-A4. Una sola cara. Doble Espacio. Times New Roman o Arial 12.
    * Fecha límite: 30 de septiembre de 2013.
   * Envío a través de correo electrónico. (concurso@ayto-nava.es) 

- Premio: 

    * 600 euros y publicación y edición de la obra, (en primera edición), de 500 ejemplares. (100 se entregarán al autor). 

Fallo

    * Durante el mes de noviembre de 2013. 

- Enlace a las bases del certamen: 



Esperamos que dichos certámenes hayan sido de vuestro interés. En todo caso, aceptamos vuestras propuestas y sugerencias que tendremos en cuenta para la elección de los concursos del mes de Octubre. Suerte a todos los participantes. 


Punto y seguido