miércoles, 5 de febrero de 2014

LA CALDERILLA

Los dos hermanos habían acondicionado un local de la asociación de vecinos para reunir a los niños del barrio. Todas las tardes de cinco a ocho organizaban clases de pintura, talleres de teatro y de cerámica, competiciones de parchís. Una de esas tardes, al cerrar el local, hallaron a un viejo tendido en el escalón de la puerta. Sucio y borracho, el hombre apenas pudo responder a las preguntas de los hermanos y ni siguiera consiguió mantenerse erguido cuando lo levantaron del escalón. Los hermanos hablaron entre ellos y decidieron cederle el local para pasar la noche. Extendieron unos cartones sobre la tarima y le ofrecieron como abrigo unos trapos que guardaban para hacer disfraces.
Al día siguiente, los hermanos llegaron antes de la hora prevista con un termo de café con leche y una bolsa de magdalenas. Mientras observaban las manos roñosas del viejo y la boca desdentada que con tanta avidez devoraba una tras otra las magdalenas, acordaron volver a casa y traerle ropa limpia y agua caliente para que se bañara antes de que llegaran los niños. Por el camino, calcularon la dificultad de mantener al viejo, las idas y venidas con comida y agua, el trastorno de horarios y el esfuerzo.
El viejo miró las ropas con desdén y se negó a meterse en el barreño donde los hermanos habían volcado los cubos de agua caliente. Cuando llegaron los niños, se mantuvo apartado en un extremo del local fumando la colección de colillas que sacaba del bolsillo de su chaqueta. Reía escandalosamente las ocurrencias de los críos, bostezaba o lanzaba pedos en medio toda la chiquillería alborotada y la incomodidad de los jóvenes tutores.
Esa noche, los hermanos volvieron a su casa por comida y otros cubos de agua caliente. Habían hablado entre ellos y, antes de que el viejo comenzara a comer, le plantearon que si no se lavaba no podría quedarse. El viejo no dijo nada, guardó toda la comida que pudo en su chaqueta y antes de salir les preguntó si podían darle algo de dinero. Los hermanos rápidamente se buscaron en los bolsillos y le dieron toda la calderilla que llevaban. 

Fotografía: Irene Núñez



miguel núñez ballesteros
Punto y seguido

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