miércoles, 19 de febrero de 2014

«YONQUI» de WILLIAM S. BURROGHS

Se preguntarán por qué se me ocurrió hablar de este libro. Lo cierto es que antes de viajar a San Francisco quise leer algún libro de la Generación Beat. Aullido de Allen Ginsberg está entre mis cosas de Málaga, y no logré dar con «On the Road» de Jack Kerouac, así que cuando tuve entre mis manos a «Yonqui», no lo dudé. Este mes Burroghs hubiera cumplido 100 años, por eso vuelvo a este libro, que aunque no es el mejor del autor, logró mostrar de lo que era capaz: cachetear al pacato pueblo norteamericano.

Se la editaron en 1953 gracias a su amigo Ginsberg que confió en ella. El que se atrevió a publicarla fue Carl Salomon, que por esos tiempos andaba necesitado de material publicable. No está de más aclarar que fue prohibida, y que Burroghs la publicó con seudónimo: William Lee. También es bueno aclarar que nadie podría contar lo que él cuenta sin haber vivido algo semejante. Tal vez no exacto, pero sí semejante.

Salomón, Patti Smith, Ginsberg y Burroghs

La edición de Anagrama tiene prólogo de Allen Ginsberg donde narra cómo fue recibiendo la obra, fragmentada, y cómo fue su primer lector. Entre las anécdotas cuenta que la primera edición fue de 100.000 ejemplares. Sí, leyeron bien. Y que la editorial sacó en ese mismo tiempo un libro sobre drogas escrito por un ex agente de narcóticos. En la década siguiente un millón de lectores se adentraron en ese mundo a través de su lenguaje sencillo y de sus metáforas brillantes. En el prefacio se aclara, en una nota al pie, que la traducción de droga equivale al término inglés junk, producto destinado a pincharse, generalmente derivado de opiáceo. Al resto de los estupefacientes se los llama por su nombre. El personaje los diferencia, como si droga sólo fuera la heroína.


         Lo mejor del libro no es el morbo, sino la capacidad del autor para describir personajes y dejar claro, de un plumazo, qué siente el protagonista por ellos: «Bill Gains era de “buena familia” (…) y tenía clase. Era especialista en robar abrigos en los restaurantes, un trabajo que le iba como anillo al dedo. El americano de la clase media alta es un conjunto de negaciones. Lo que lo define, por lo general, es lo que no es. Gains iba más allá de ser un conjunto de negaciones. Era decididamente invisible: una vaga presencia respetable. Hay cierta clase de fantasmas que sólo pueden materializarse con la ayuda de una sábana o de cualquier otra ropa que les proporcione unos contornos definidos. Gains era de esa clase. Se materializaba gracias al abrigo de otra persona.» Jamás dudé de sus existencias, ni de sus nombres, ni de sus historias. Las mujeres aparecen diluidas, apenas si se asoman. No es que ellas no consuman droga, o que el autor sea misógino, es sólo que su inclinación sexual viaja por otros carriles, (la de él y la de su personaje), y así como al pasar nombra a una mujer, su mujer, sin nombre, como alguien que puede o no estar, como alguien que puede o no existir, como alguien a quien nunca tiene en cuenta. Pero sus compañeros de tropelías tienen nombre y apellido y sobrenombre. Y así es la vida de estos personajes, por puro interés, con el alma plana, siempre detrás de su objetivo, que no es el amor, ni la amistad verdadera, sino la mentira, sobre todo a sí mismos, aunque este personaje es crudo y tan consciente de su ruina que abruma. Los que mienten son los otros, le mienten a él, le mienten a la vida. Él, el personaje, no se corta a la hora de decir su verdad: «He aprendido la ecuación de la droga. La droga no es como el alcohol o la hierba, un medio para incrementar el disfrute de la vida. La droga no proporciona alegría ni bienestar. Es una manera de vivir.»


Hace pocos días supimos de la muerte de Philip Seymour Hoffman por abuso de heroína, una manera de vivir de la que el actor quería escapar, pero no pudo. El personaje de «Yonqui» cruza la frontera, como un símbolo de lo que aún puede acontecer, se asienta en México DF, lugar de partida de «Queer», la continuación de «Yonqui». Escapar siempre está en las cabezas, o iniciar una nueva búsqueda. O, como dice Burroghs, es sólo una manera de vivir.

Andrea Vinci
Punto y Seguido



3 comentarios:

  1. Yo conozco gente-fantasma, que necesita de sus vestimentas para parecer "alguien", mismas que definen sus "contornos" y ellos mismos creen esa definición. Solamente apariencias, nada de autoconocimiento.

    Muy buen artículo Andrea, gracias por compartirlo.

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  2. Hay libros que , como este, no me habría sentido tentada a tener en las manos. Después de leer tu crítica voy a buscarlo a alguna librería de forma inmediata.
    Hay reseñas que acercan los libros y provocan el deseo de leerlos y en eso eres una artista...gracias Andrea, fantástica crítica.

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  3. Gracias amigas por leerla y un abrazo desde Bs. As.

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