lunes, 27 de octubre de 2014

NO DEBIMOS VOLVER

La noche de su cincuenta y nueve cumpleaños, Peter Pan soñó con Wendy. Ella estaba igual que la recordaba, pálida y delgaducha, pasada de flurazepam y con un garfio de plata sujetándose la cola del vestido. Peter la invitó a salir a la pista mientras una multitud de niñatos vociferaban VOLARÁS, VOLARÁS, con los puños en alto. «No debimos volver», fue lo único que dijo antes de recorrer el techo de la carpa y desaparecer por uno de los palcos.

Por la mañana, Peter Pan no recordaba su sueño. Se duchó, se afeitó, se vistió con su traje verde, sus botas verdes gastadas y su ridícula gorra de fieltro verde. Al entrar en la cocina, Campanilla gritó: «¡Sorpresa!». Se encendieron las luces del horno, de la tostadora, de la Pixie Dark de Nespresso un placer en cada taza y, por un momento, todo le pareció lejano e inútil, como si de golpe, sus 59 años, hubieran caído sobre su cabeza como 59 pesadas mandíbulas de cocodrilo.

Tomó su desayuno y permitió a Campanilla montar el cofre de alubias que aquella misma tarde, una vez más, un batallón de niñatos furibundos transformaría en monedas de oro.

         —No debimos volver —repitió tirado en el suelo de la novena planta del edificio Nunca Jamás, mientras Campanilla avisaba a una ambulancia.


Fotografía: William Eggleston




Miguel núñez ballesteros
Punto y seguido

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