Tengo
que confesarlo, me gustan las historias que no terminan de contarse, esas en
las que parece que te asomas a una ventana y solo ves algunos detalles de la
vida que transcurre en la calle. Detalles de vidas ajenas unidos unos a otros
por la mirada, por el sencillo gesto de permanecer asomado. Pueden ser una
historia, o no, pero están ahí, ante ti, con un significado concreto, esperando
al lector/ espectador para ser descifrado.
Dicho
esto, lean este relato de James Lasdun
El
señor Bryar vuelve a su oficina después de la hora del almuerzo. La secretaria
le pregunta si ha comido bien. Él miente: «Un almuerzo excelente». Poco después
vuelve a mentir, «Un almuerzo complicado», le dice a su mujer, aunque esta vez
le resultará extraño. Ha estado en el funeral de Marie llorando de manera incontrolable. Durante tres años, en cada una de
las casas en las que hicieron el amor, para él fue como si entrara en un mundo
diferente, como si se hubiese aventurado en
otras vidas posibles.
Su
mujer le encarga un salmón para la cena. Bryar lo compra demasiado largo para la nevera de la oficina y tiene que dejarlo
dentro de un archivador, en el sótano, junto a trampas para ratones y
cucarachas. Trabaja durante toda la tarde. Llega sudando a la estación de Charing
Cross y coge por los pelos el tren de las seis cuarenta. Piensa en Marie.
Tenemos
a un hombre gris que miente, una tarde de verano asfixiante y un salmón en el
sótano. Tenemos a una esposa que le dice lo que piensa, eres tonto, y a una amante muerta que le dijo lo que sentía esto empieza a doler. Al hombre gris que
miente, el señor Bryar, solo se le ocurre llorar, aturdirse, decir mierda o
sentir un horror repentino al descubrir el olvido del salmón en el sótano de
los ratones. De repente, su prodigioso andamiaje de mentiras se tambalea ante
ese olvido. Un olvido así no es insignificante, abre la brecha por donde se
cuela la verdad, esa verdad última que le muestra a las claras todo su
ridículo: «Tú eres tonto —le dijo—. Tonto de capirote».
Fotografía: Lee Friedlander
Evidentemente
el señor Bryar es un hombre apocado, tiene poco aprecio de sí mismo y quizás no
sabe mentir, algo peligroso para alguien que construye su vida en base a una mentira.
Ha fallado. Un buen embustero debe tener a punto su memoria, la memoria es
fundamental para recordar las mentiras que se dijo y que la verdad nunca pueda
traicionarlas. Ese olvido, prueba de que no sabe mentir y de que todo se
tambalea, es aprovechado por su mujer para escupirle la verdad: «Tú eres tonto —le
dijo—. Tonto de capirote». Puede que ella se refiera al salmón, pero hay demasiado
énfasis en la repetición del insulto, un exceso de regodeo, casi una venganza por
mentirle o por dejar escapar a Marie, esa ilusa enamorada. El señor Bryar se
siente horrorizado, quizás en ese momento dejó de pensar en Marie y trató de
calcular en qué otros olvidos había podido incurrir y esa turbación ante la
fragilidad que sostenía su mundo y el comprobar cómo se le desmorona, hace que retorne,
ahora de manera punzante, aquello a lo que se refería Marie, lo que empezaba a
doler.
Léanlo,
tras la aparente banalidad de los hechos y la concisa información que Lasdun
nos facilita en apenas tres páginas, tenemos la posibilidad de acceder a esa
otra historia que no termina de contarse y que va mas allá de esas páginas y de
ese final infalible. Incluso puede que, en una de estas tardes de frío
diciembre junto a los anuncios de perfumes y de loterías de navidad, más de uno
nos preguntemos por aquel salmón que probablemente olvidamos en el archivador del
sótano, junto a las trampas para ratones y cucarachas.
Miguel núñez ballesteros
Punto y Seguido
No hay comentarios:
Publicar un comentario