lunes, 15 de diciembre de 2014

ESTO EMPIEZA A DOLER

Tengo que confesarlo, me gustan las historias que no terminan de contarse, esas en las que parece que te asomas a una ventana y solo ves algunos detalles de la vida que transcurre en la calle. Detalles de vidas ajenas unidos unos a otros por la mirada, por el sencillo gesto de permanecer asomado. Pueden ser una historia, o no, pero están ahí, ante ti, con un significado concreto, esperando al lector/ espectador para ser descifrado.

Dicho esto, lean este relato de James Lasdun

El señor Bryar vuelve a su oficina después de la hora del almuerzo. La secretaria le pregunta si ha comido bien. Él miente: «Un almuerzo excelente». Poco después vuelve a mentir, «Un almuerzo complicado», le dice a su mujer, aunque esta vez le resultará extraño. Ha estado en el funeral de Marie llorando de manera incontrolable. Durante tres años, en cada una de las casas en las que hicieron el amor, para él fue como si entrara en un mundo diferente, como si se hubiese aventurado en otras vidas posibles.
Su mujer le encarga un salmón para la cena. Bryar lo compra demasiado largo para la nevera de la oficina y tiene que dejarlo dentro de un archivador, en el sótano, junto a trampas para ratones y cucarachas. Trabaja durante toda la tarde. Llega sudando a la estación de Charing Cross y coge por los pelos el tren de las seis cuarenta. Piensa en Marie.
Tenemos a un hombre gris que miente, una tarde de verano asfixiante y un salmón en el sótano. Tenemos a una esposa que le dice lo que piensa, eres tonto, y a una amante muerta que le dijo lo que sentía esto empieza a doler. Al hombre gris que miente, el señor Bryar, solo se le ocurre llorar, aturdirse, decir mierda o sentir un horror repentino al descubrir el olvido del salmón en el sótano de los ratones. De repente, su prodigioso andamiaje de mentiras se tambalea ante ese olvido. Un olvido así no es insignificante, abre la brecha por donde se cuela la verdad, esa verdad última que le muestra a las claras todo su ridículo: «Tú eres tonto —le dijo—. Tonto de capirote».

Fotografía: Lee Friedlander

Evidentemente el señor Bryar es un hombre apocado, tiene poco aprecio de sí mismo y quizás no sabe mentir, algo peligroso para alguien que construye su vida en base a una mentira. Ha fallado. Un buen embustero debe tener a punto su memoria, la memoria es fundamental para recordar las mentiras que se dijo y que la verdad nunca pueda traicionarlas. Ese olvido, prueba de que no sabe mentir y de que todo se tambalea, es aprovechado por su mujer para escupirle la verdad: «Tú eres tonto —le dijo—. Tonto de capirote». Puede que ella se refiera al salmón, pero hay demasiado énfasis en la repetición del insulto, un exceso de regodeo, casi una venganza por mentirle o por dejar escapar a Marie, esa ilusa enamorada. El señor Bryar se siente horrorizado, quizás en ese momento dejó de pensar en Marie y trató de calcular en qué otros olvidos había podido incurrir y esa turbación ante la fragilidad que sostenía su mundo y el comprobar cómo se le desmorona, hace que retorne, ahora de manera punzante, aquello a lo que se refería Marie, lo que empezaba a doler.

Léanlo, tras la aparente banalidad de los hechos y la concisa información que Lasdun nos facilita en apenas tres páginas, tenemos la posibilidad de acceder a esa otra historia que no termina de contarse y que va mas allá de esas páginas y de ese final infalible. Incluso puede que, en una de estas tardes de frío diciembre junto a los anuncios de perfumes y de loterías de navidad, más de uno nos preguntemos por aquel salmón que probablemente olvidamos en el archivador del sótano, junto a las trampas para ratones y cucarachas.





Miguel núñez ballesteros
Punto y Seguido     

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