martes, 9 de diciembre de 2014

UN CUENTO DE NAVIDAD


Desde hace diez años, la editorial La Fragua del Trovador, edita una colección de cuentos llamada  “Miradas de Navidad”. Los cuentos se seleccionan a través de una convocatoria nacional abierta a todos los escritores. Los beneficios por la venta del libro se destinan cada año a una ONG para apoyar una causa solidaria.

Entre los seleccionados de este año se encuentra Pedro Rojano, miembro de nuestro grupo y al que felicitamos desde estas líneas. Se trata de un cuento de Navidad que escribió con motivo de un viaje a Perú: “DISECCION DE UN GESTO”.

Con los 17 cuentos seleccionados se ha editado el número 10 de la colección Miradas de Navidad, cuyos fondos obtenidos por su comercialización están destinados a ASPACE Zaragoza, una Fundación sin ánimo de lucro y declarada de utilidad pública, interés ciudadano y de interés público y municipal, fundada en los años setenta. Surge debido a la necesidad de un grupo de familias de cubrir las carencias existentes de atención y cuidado de las personas con Parálisis Cerebral.

Os animamos a participar de esta buena acción navideña adquiriendo el libro, e incluso regalándolo a vuestros amigos para celebrar las fiestas. El precio son solo cinco euros y no tiene gastos de envío (Península y Baleares). Podéis solicitarlo a la dirección editorial@lafraguadeltrovador.com

Seguidamente reproducimos el cuento de nuestro compañero como aperitivo a esta venturosa propuesta.

 

DISECCIÓN DE UN GESTO

Pedro Rojano

 

Cuando se acerca el final de año me ahogo en cifras y presupuestos. Desesperado cruzo el océano para buscar un gesto: una mano alzada agitándose en el aire. Diminuta, regordeta, con churretes de chocolate relamido. Miles de manos en aquella plaza ruidosa, pero solo una que se une a mí cruzando todo el espacio temporal que ya nos separa, y aún está ahí; la copia de una despedida 13x18 en brillo y sin marco.

El Sol de enero se cuela entre las hojas de palmeras, mientras las palomas van abriéndome un pasillo que me conduce hasta un banco donde apoyar la mochila. Resoplo. La humedad me hiela la espalda en el contacto con el hierro y siento unas punzadas intermitentes en mis hombros. Saco el diario y escribo.

La plaza Mayor de de Arequipa tiene las esquinas porticadas recubiertas de una melaza invisible. La misma que empasta la rugosidad de los sillares volcánicos sobre los que está construida esta alegre ciudad de color hueso. «Cigarrillos, chicles, puritos», grita con cachaza un muchacho desde su escaso metro de estatura. De sus hombros, sujeta por una cuerda de esparto, le cuelga una caja de madera con la mercadería. En el centro de la plaza, una fuente, coronada por un diminuto guerrero inca que danza sobre el agua, cautiva la mirada de una cholita con un bombín en el pelo negro del que se descuelgan dos trenzas, y un bulto bajo una manta que parece ocultar la tristeza de una infancia silenciosa y resignada.

Me molesta el ruido incesante de los taxis; amarillos y ridículos, que inflaman de humo las calles cuadriculadas de esta coqueta ciudad. Escribo en el diario todo lo que veo, pero no es fácil, máxime cuando un limpiabotas se ha sentado a mi lado y señala con tristeza mis Chirukas. Le miro a la cara, a sus manos, a mis botas; no soporto que alguien limpie mis zapatos, el pudor es más fuerte que la compasión.

Al otro lado de la plaza unos niños corretean en círculo intentado pillar a las palomas, mueven sus brazos como aspas arriba y abajo, arriba y abajo. Cerca de ellos, reparo en un chándal de color rosa, estampado con una muñequita de ojos grandes y piel blanca. Lo lleva puesto una niña con coletas negras, la cara tostada y tan redonda como un eclipse. Tiene los labios secos, escasos, y los limitan dos enormes cachetes que se hinchan cuando ríe. En sus manos lleva una caja dorada que ofrece a los turistas, a pesar de que estos están más interesados en captar la perspectiva de la catedral. Va de uno a otro como una hoja de noviembre, y así, como sin quererlo, llega hasta mi banco. Se sienta.

—Cómprame un bombón—vuelve a hinchar los pómulos—dos por un solcito.

Mi escudo europeo se desmorona con su sonrisa, y ya tengo dos bombones para después de cenar. Desinteresada se queda aquí, mi mochila entre ella y yo. Las piernas le cuelgan, y las agita de dentro afuera. En sus manos apenas le caben tres o cuatro soles que a veces se le caen al suelo. Los recoge con destreza sin parar de reír.

Se llama Lorena / yo Pedro / tiene que vender todos los bombones antes de irse a su casa / aunque sea de madrugada / sí, va al cole, pero luego se viene aquí con su madre y dos hermanas / …por ahí andan cazando turistas / ella les ayuda vendiendo bombones / sí, sí que juega, pero no como otros niños / a ella le encanta vender / todas las tardes después del cole / los sábados y domingos todo el día / ¿los reyes magos? / No conoce a los reyes magos / por aquí nunca vienen / debe ser por el mar, los camellos no saben nadar / ¡Cómprame otros dos! / No, ya te he comprado / ríe.

Le señalo un turista con cara de pánfilo y sale disparada con su caja dorada.

 

Volví a la Plaza de Armas de Arequipa la noche siguiente. La iluminación eléctrica perfilaba los contornos arquitectónicos pues el sol se había marchado con viento fresco sin olvidar su abrigo de alpaca. Había comprado un monederito de tela con cremallera en el que metí un billete de diez soles. Lo coloqué en una bolsa junto a unos lápices de colores. Lorena seguía allí, con sus mofletes hinchados y la caja dorada. Eran las once de la noche. Me acerqué a ella, le di el regalo. «Los reyes magos dejaron en mi habitación esta bolsa para ti». Ignorando protocolos, me alargó su caja de bombones para que la sostuviese y sacó los regalos. Descubrió la cremallerita del monedero y tiró de ella. Miró en el interior y me devolvió su cara con la boca como un pez. Los mofletes se relajaron, su sonrisa enmudeció. Le besé en la mejilla y me perdí entre la muchedumbre. Era seis de enero.

Cuando miro hacia atrás puedo ver su mano diminuta y regordeta agitándose en el aire, como una paloma que regresa siempre en mis días aciagos.

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