jueves, 22 de enero de 2015

ESCRIBIR Y CALLAR. CÓMO APRENDÍ A LEER.


Me gustan los libros, creo que es lo que más me gusta. Hay libros que me gustan especialmente: son libros sobre libros, libros sobre literatura, sobre lingüística, sobre retórica, memorias de escritores, manuales de escritura…Les reservé un par de estantes de mi biblioteca y ya no caben. Se van apoderando de mis estanterías y ocupan cada vez más mi tiempo de lectura.
Esta semana han llegado dos nuevos: Cómo aprendí a leer, de Agnès Desarthe y Escribir y  callar, de Nuria Amat. Los he leído juntos, alternándolos, lo cual ha sido fácil porque tratan de lo mismo: del ser humano y el lenguaje. Las dos autoras han lidiado con mi pensamiento“al alimón”.


Son dos libros bonitos. El de Agnès es de tamaño mediano, letra grande y tapas flexibles, cómodo de leer. El de Nuria es pequeño y delicado como un misal o un carné de baile. El de Desarthe es extenso, el de Amat, breve. Cómo aprendí a leer es casi una novela, de no ser porque casi es un tratado de psicología. Escribir y callar  es casi un tratado filosófico aunque casi es un poemario. El de Agnès es divertido y ligero, el de Nuria, interesante y denso. Los dos son profundos.



La pequeña Agnès aprende a leer con facilidad a la edad en la que se aprende a leer, pero no puede con los libros, se le atragantan y declara que no sabe leer, que no lee, que no le gusta. Pero piensa constantemente en el lenguaje y la literatura y escribe. El libro da cuenta de la búsqueda y explicación del proceso por el que Agnès vuelve a aprender a leer y se hace escritora.



La pequeña Nuria sabe hablar pero no habla. Lee, escribe y calla. El deslumbramiento del lenguaje le impide hablar, la enmudece. Las frases se forman perfectas en su mente pero no dan cuenta de lo que ella tiene que decir. La escritura le ayuda a saber la escritora que es, la mujer que es.

Son dos libros muy diferentes y a la vez muy parecidos. Los dos tratan del lenguaje como identidad: cada uno de nosotros no somos otra cosa que el lenguaje con el que nos hacemos, no somos otra cosa que el lenguaje con el que nos pensamos.

Y ambos libros están llenos de coincidencias, desde la elección de maestros  a las lecturas iluminadoras, esos textos, esos autores que te deslumbran y a los que quisieras llegar a parecerte. Nuria Amat conoció a Beckett, Agnès Desarthe descubrió a Duras. Ambas traducen a Virginia Woolf. Ambas tienen la conciencia de ser híbridas, mestizas, traidoras a un origen incierto por causa del lenguaje. Los escritores hispanoamericanos llevaron a Amat a ser escritora; Desarthes fue recuperada para la literatura por los estructuralistas, que le volvieron a enseñar a leer. Las dos copian con fruición aquellos textos que le pusieron delante el espejo que necesitaban, reproducen palabra por palabra las palabras de otro para que su lenguaje las penetre, las atraviese, se haga parte de ellas. Y yo, que hacía lo mismo y sentía que era una anomalía, de pronto me siento autorizada, miembro de una raigambre. De modo que me siento más libre al pensar que soy judía sin serlo gracias a Ana Frank y un “déjà vu” en Budapest, de ser portuguesa desde hace un tiempo, de haber copiado con fruición las páginas de Rodoreda o Marsé, de traducir a Lobo Antunes sin saber portugués.

Es difícil elegir una cita de entre las páginas de estos dos libros. O tal vez es fácil, basta con abrirlos por cualquiera de sus páginas.

Agnès lee a Bashevis Singer: “La identificación es inmediata, más violenta y más profunda aún que con los rusos. Soy el niñito pelirrojo, soy la niñita de la que está enamorado, soy los muros del patio, la comida que comen, la lengua de su boca, soy Isaac Bashevis Singer”.

Escucho a Nuria Amat hablar de algo que ya sé sin palabras: “La lengua apenas distingue entre lectura y escritura. Pero la lengua es interna. Oye pero no habla. Lo que mejor hace la lengua es oír, escuchar. Oye la infancia de las cosas, la ausencia de las cosas”.



Inmaculada Reina
Punto y Seguido

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