martes, 16 de febrero de 2016

QUE ENTRE EL PRIMERO

Bella Durmiente despierta de su sueño de años en la suite Presidencial del Hawai Sunrise, exclusivo lupanar en las afueras de Madrid. Tambaleante recorre la enorme habitación apoyándose en las paredes, muy despacio, arrastrando su larga capa azul expansivo. En el salón Viridiana, bajo la espesa niebla que le produce un efecto de euforia repentina, pregunta:
—¿Qué hora es?
El personaje de Bella bien podría haberlo interpretado Patricia Adriani en un registro similar a su papel en Dedicatoria de Jaime Chávarri en 1980. Imaginen la fragilidad de los gestos, la sonrisa que parece mantener a raya un dolor antiguo, el adormecido resplandor de los ojos.
En el salón, todos los figurantes se vuelven a mirarla. Una sonrisa de lasciva impaciencia se les dibuja en los rostros y agitan entre los dedos una chapita metálica con un número rotulado en purpurina. Los asientos atornillados al suelo, los aspersores de humo ocultos bajo los apliques.
—Es la hora de la siesta—, interviene Madame Maléfica desde el centro de la sala, terminando de repartir chapitas y preservativos.
Este personaje hubiera sido perfecto para Lola Gaos, inolvidable Saturna de Furtivos o, si me apuran, por el Anthony Perkins disfrazado de su propia madre en Psicosis.
—Vamos, querida— le dice a Bella tomándola del brazo y, recogiéndole su larga cola, la acompaña de vuelta al dormitorio.
Ya en la cama, en plano medio, los rostros apenas iluminados por la débil luz proyectada sobre un vaso de leche, Bella ingiere una a una el surtido de pastillas que Maléfica le proporciona en una pequeña bandeja de plata. Apenas se adormila, pregunta por su príncipe.
Maléfica se acerca a la cabeza (primerísimo primer plano de la boca rozando la oreja, recorriendo la mejilla y la comisura del labio) y le  susurra:
—Duerme querida, él no tardará en volver.
Seguidamente la cubre con su capa y descuelga el auricular de baquelita de un teléfono colgado junto al cabecero
—Don Luís, podemos continuar.
Don Luís, con monóculo y alzacuellos, intenta aparentar un personaje anodino. Se escurre, se niega a ser fotografiado y apenas habla con sus colaboradores. Puede ser un príncipe y también un embaucador, un conseguidor, o un simple intermediario. Ricardo Darín lo haría perfecto si no fuera argentino. Desde su sillón en una plataforma elevada, oculto tras los cortinones del salón, toma su megáfono y se dirige a los figurantes:
—Vamos, no me lo pongan más difícil. Muéstrenme que son capaces de algo parecido al entusiasmo. Háganselo creer a esa infeliz o créanselo ustedes mismos. Venga, pónganse en pie sin apelotonarse y que entre el primero.

Foto: Alberto García Alix



Miguel núñez ballesteros
Punto y seguido

1 comentario:

  1. Siniestro y turbador cuento cinematográfico donde el único punto de color se diluye en la narcótica neblina gris que inunda toda la secuencia, eliminando toda esperanza de que un príncipe pueda liberar a la protagonista de su pesadilla.

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