martes, 7 de junio de 2016

DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS. EJEMPLO DE NOVELA HISTÓRICA


Me gustan las novelas históricas donde la HISTORIA no sea el centro, donde la narración transcurra durante un período específico, pero que no sea «ese» el tema, y si lo fuera, se justifique y no sea una mera impostura para vender. Donde no se «fabule», y el escritor esté muy bien informado sobre esos detalles que parecen nimios, pero que no lo son: la vida cotidiana. Y además nos regale el subtexto que nos quiera contar, su manera de interpretar esa época. Eso es lo interesante, quieran o no. El resto lo encontramos en los libros de Historia: las guerras, los tratados, los nombres de los almirantes, la sucesión de los reyes, las ciudades invadidas, los imperios que se extienden, los imperios que mueren… Tu reino. Mi reino.


    Cuando pensamos en García Márquez lo que nos viene a la cabeza es el paradigma del Realismo Mágico: Cien años de soledad. Aunque toda su literatura esté impregnada de ese toque a Macondo, en esta novela, específicamente, el realismo está embebido por la magia en las mentes enrevesadas de la última etapa de la Edad Moderna, donde se perciben los postreros coletazos de la Inquisición. La diferencia radica en que Gabo, de manera indirecta, ironiza y no se deja seducir por «ese» pensamiento mágico, porque se trata de una magia sin poesía. Es una magia cargada de terror, de mentira y de aversión a la belleza y al amor.

Convento de Santa Clara

    La narración transcurre en el siglo XVIII en Cartagena de Indias. No se nombra la ciudad ni el año, pero en la primera hoja lo descubrimos con la llegada del galeón de la Compañía Gaditana de Negros, con los esclavos de Guinea, y más adelante, cuando uno de los personajes nombra los autores que ha leído (Leibniz y Voltaire), podemos darnos cuenta que se encuentran en plena Ilustración. 


La inspiración para este libro le vino de un desenterramiento en una de las criptas del convento de Santa Clara, cuando Gabo era un joven periodista. Fue el de una niña de cabellos rojos y larguísimos, sin apellido, llamada Sierva María de Todos los Ángeles. Según cuenta en el prólogo que antecede a la novela, su abuela le hablaba siempre de «una marquesita de doce años cuya cabellera le arrastraba como una cola de novia, que había muerto del mal de rabia por el mordisco de un perro, y era venerada en los pueblos del Caribe por sus muchos milagros». No sabemos qué tan cierto sea esto, y mucho menos si la cabellera medía, al desenterrarla, veintidós metros con once centímetros, como él cuenta en el prólogo. Gabo unió en esta novela a todos los muertos que, según nos cuenta, desenterraron ese día: don Toribio de Cáceres y Virtudes, obispo de esa diócesis; la madre Josefa Miranda, abadesa del convento; doña Olalla Mendoza, marquesa de Casalduero; don Ygnacio de Alfaro y Dueñas, marqués de Casalduero, cuya cripta estaba vacía; y algunos más, creados por su fecunda imaginación. Por supuesto, el convento de las clarisas, que albergaba la cárcel de la Santa Inquisición, y que hoy es un hotel de lujo, juega un papel importante en este relato.

Convento Sta. Clara-Cartagena de Indias

     Todo gira alrededor de Sierva María, que a pesar de ser la hija del marqués de Casalduero, fue criada por los esclavos yorubas de su casa. Con ellos dormía, jugaba, cantaba y aprendía sobre su religión de sincretismo enmascarado, de orishás, donde Ymanjá era la virgen María, y donde los collares que usaba le otorgaban poderes mágicos. Una niña mordida por un perro rabioso, que no contrajo la rabia pero que, por orden del obispo, fue entregada al convento para ser exorcizada, porque en esa época de ignorancia y superstición el pueblo confundía al mal de la rabia con la posesión demoníaca. El exorcista se llama Cayetano Delaura, casi un bibliotecario, un hombre que tiene acceso a ciertos libros «prohibidos», que emula a los monjes benedictinos de El nombre de la Rosa, pero con la razón por bandera, como buen hijo de la Ilustración. Y como bien dice el título, es una historia de amor, prohibido, y de ahí los demonios: el amor entre un cura y una niña de doce años. Un sacerdote que la defiende porque sabe que no está poseída, y que además entiende que la rabia es una enfermedad, no una posesión. Una niña que representa la posesión como un teatro para burlarse de las monjas que la acogen, con el mismo poderío oculto de los esclavos, con su lenguaje, con sus costumbres.


     Es un libro de apenas 150 páginas. Uno de esos libros que yo aconsejo para leer en aeropuertos, cargado de guiños históricos que hoy pueden parecer descabellados, pero que no lo son, porque aún el mundo está lleno de fanáticos. 
 Andrea Vinci
Punto y Seguido



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